Al igual que la historia de la filosofía se puede dividir entre aquellos pensadores que defendían a toda costa el uso de la razón y aquellos que daban más importancia a la pasión, la historia de la automoción está marcada por una forma muy diferente de entender el concepto de automóvil. Si piensas en marcas que, a la hora de crear un modelo nuevo, lo primero que hagan sus diseñadores sea cerrar los ojos y dejar que el corazón guíe los trazos de los primeros bocetos, seguramente te vendrá a la mente marcas como Alfa Romeo o Ferrari. Por el contrario, si piensas en marcas cuyos modelos sean un reflejo fiel de lo que es capaz de hacer un cerebro después de haber sido exprimido durante horas, te vendrá a la mente marcas “Made in Germany” como BMW.
Y es que, para que nos vamos a negar. BMW siempre ha fabricado unos cochazos tremendos, pero normalmente faltos de esa pasión que emanan vehículos de otras marcas. Evidentemente, su propulsión trasera y la garra de los modelos “M” hacen que conduciéndolos sientas placeres solamente comparables a los que puedas sentir haciendo… bueno, tu ya me entiendes. Tal vez, ese sea su principal hándicap; son tan perfectos que echas de menos ese pequeño defecto que es, precisamente, lo que más te gusta del coche. Es como el hoyuelo que le sale a esa chica que tanto te gusta cuando sonríe, o esa forma de caminar tan extraña que tiene pero que te hipnotiza cada vez que la ves.
Pues por increíble que parezca, en la década de los 70 BMW construyó un vehículo sustentado exclusivamente sobre los cimientos de la pasión. Se trataba del BMW M1, un vehículo cuyo diseño corrió a cargo de un tal Giorgetto Giugiario cuyo corazón fue un motor de 6 cilindros en línea colocado en disposición central que rendía una potencia de 277 cv, una velocidad máxima de 260 km/h y una aceleración de 0 a 100 km/ en tan sólo 5,6 segundos.
Producido entre 1978 y 1981 en una limitada tirada de 800 unidades, pronto el BMW M1 se ganó el título de primer y auténtico gran deportivo de la marca en la época de postguerra. ¿Pero ha tenido BMW deportivos auténticos tras el M1? Decir que no sería una auténtica barbaridad, sin embargo, tal vez ninguno de estos BMW haya levantado una pasión tan parecida a la que en su día hizo el M1 como la que está consiguiendo el BMW i8.
Han pasado 35 años, y el BMW i8 está consiguiendo lo mismo que consiguió el M1 pero con una forma totalmente diferente de entender cómo debe ser un deportivo puro. Hay quien dice que el i8 no es un auténtico deportivo; que el falso sonido del motor tricilíndrico que emana de los altavoces es una blasfemia, que su potencia es brutal pero efímera, o que exprimiéndolo al máximo su consumo puede llegar hasta los 30 litros, lo cual es una exageración para un coche que también tiene pretensiones ecológicas. Pero con todo, es un coche que levanta pasiones, tanto que tendrías que hoy en día tiene una lista de espera de dos años.
No sabemos si será por su diseño o porque rompen con lo normalmente establecido por BMW, pero está claro, el BMW M1 y el BMW i8 son dos coches cuyos nombres están, y estarán escritos con letras de oro dentro de la historia de la marca alemana. Ahora bien. ¿Cuál de los dos es mejor?
Pues eso mismo es lo que han tratado de averiguar los chicos de AutoExpress enfrentando nieto contra abuelo en un circuito. Sobre el papel, el i8 tiene todas las de ganar; tiene más potencia, es más eficiente, cómodo, e incluso es válido para el día a día. Pero por otro lado el M1 tiene todo lo que se le pide a un deportivo; es agradable de conducir, el cambio tiene un tacto exquisito y conduciéndolo sentirás sensaciones dignas de un coche de carreras. ¿Con cuál de los dos te quedarías?