Una de las carreras que no puede faltar cada año y que más admiración, así como respeto, levanta entre aficionados al automovilismo y profesionales del sector es, sin duda alguna, el París-Dakar. A pesar que desde el 2008 este rally se disputa en tierras latinoamericanas, no ha perdido ningún ápice de dificultad, emoción y ese riesgo que ya se ha cobrado la vida de bastantes pilotos.
El rally Dakar (así es como se llama actualmente) es hoy en día la prueba más dura a la que puede someterse cualquier piloto. Pero estos intrépidos competidores no son sino el resultado de una gran saga de carreras de resistencia cuya madre se remonta al año 1908; el año en el que se celebró la carrera de coches más grande jamás organizada.
Estamos en el año 1907. En el mes de noviembre, el periódico norteamericano New York Times y el francés Le Matiny realizan una convocatoria peculiar: convocar a seis equipos automovilísticos que estén dispuestos a realizar una carrera que tendría salida en Nueva York y llegada en París. En total, 30.000 kilómetros entre ambos puntos cuyos competidores tendrían que atravesar en una época en la que las carreteras brillaban por su ausencia.
La salida tendría lugar en Madison Square, el 12 de febrero de 1908, y los valientes equipos que se decidieron a vivir tan tremenda aventura fueron los siguientes:
Equipo alemán: su conductor era el teniente Hans Koeppen a los mandos de un Protos equipado con un motor tetracilíndrico de 70 caballos.
Equipo italiano: capitaneado por el piloto profesional Emilio Sartori a los mandos de un Zust con 40 caballos de potencia, un coche grande y de gran fiabilidad contrastada.
Equipo americano: capitaneado por Montage Roberts y su mecánico George Schuster, a los mandos de un Thomas Flyer de 4 cilindros y 60 caballos, era el único piloto entrenado para este tipo de carreras.
Equipo francés: representados por tres modelos, un De Dion-Bouton y un Motoblock de 30 caballos , y un Sizaire-Naudin dotado con un curioso motor monocilíndrico de 900 cc.
Finalmente, entre pilotos, mecánicos y periodistas, tomaron la salida un total de 17 participantes hacinados en sus vehículos correspondientes que vieron como se alinearon cerca de 250.000 personas desde Broadway hasta el norte de Harlem para darles la despedida y desearles suerte para la carrera.
Tras el pistoletazo que daba comienzo a la prueba, los participantes se dirigieron hacía el norte para llegar hasta Alaska a través de Canadá. En principio, la ruta propuesta por los organizadores proponía que los pilotos debían llegar al estrecho de Bering, con la esperanza que estuviera congelado y se pudiera llegar a Rusia a través de Siberia. Sin embargo, la gran cantidad de nieve y los vientos de fuerza infrahumana obligó a la organización a cambiar dicha ruta, redirigiendo a los participantes hasta la costa de Seattle, donde embarcarían hasta Japón y posteriormente a Vladivostok. Y aquí es donde comenzaba lo más duro de la carrera, ya que cada equipo se las debía apañar con sus propios medios a través de las duras estepas de Asia y Europa.
Finalmente, el 27 de julio el equipo alemán fue el primero en llegar a la capital francesa, pero no fueron proclamados vencedores, ya que fueron penalizados con 30 días por la utilización constantes atajos durante la carrera, y lo cierto es que a los organizadores no les faltó razón. Lo cierto es que el teniente Hans Koeppen no gozaba de buena fama entre los participantes, incluso dentro de su mismo equipo, y como la competición era seguida por la prensa escrita, no se tardó en saber que el teniente había conseguido evitar los peores 1.600 kilómetros de la carrera subiendo a su equipo a un tren y embarcando directamente hacía Vladivostok sin pasar previamente por Japón.
Con esta sanción, el vencedor fue el equipo americano, que llegó tres días después que los alemanes, y el tercer equipo en llegar fue el italiano, que entró en las calles de París en el mes de septiembre.
Al margen de que esta emblemática carrera haya pasado a formar parte de los anales de la historia del automovilismo, la importancia que este hito tuvo en la sociedad de la época va mucho más allá del meramente competitivo. Para comprender de lo que estoy hablando, hay que recordar que nos hemos remontado a una época en la que el automóvil se encontraba luchando por demostrar a la sociedad que podía ser un medio de transporte viable para todo el mundo. Y si bien es cierto que desde entonces, e incluso antes que esta gran carrera, se han celebrado multitud de pruebas de resistencia, la más grande de todos los tiempos seguirá siendo la Nueva York-Paris de 1908, tanto, que incluso en el año 1965 se realizó una película que bajo el título “The Great Auto Race” narraba esta gran aventura.