Es habitual que algo se nos pase desapercibido cuando nos acostumbramos a verlo. Por eso, hay ciertos elementos en los vehículos que parece que siempre estuvieron ahí, cuando eso no es del todo cierto. ¿Te imaginas si tuvieses que circular a 150 kilómetros hora manejando la dirección de tu coche con una delgada caña de timón? ¿Qué harías cuando empieza a llover si tuvieses un automóvil sin techo? Se trata de componentes fundamentales para un vehículo de hoy en día, pero que los pioneros de la automoción no consideraron tan necesarios. En este post voy a hacer un repaso de los más importantes.
El techo
Seguramente mucha gente no sabe que los primeros coches no disponían de techo. Los primeros propietarios tenían claro que en caso de lluvia había que dejar el automóvil en casa. Tal vez porque se trataban casi de cajones con ruedas inspirados en los carromatos tirados por caballos, o quizás porque se pensaba que el automóvil no era una máquina tan necesaria e imprescindible como lo es hoy en día. Pero esto no dejan de ser elucubraciones mías, ya que la razón que esgrimen los historiadores es que los motores tenían tan poca potencia que la ausencia de techo se debía a razones deliberadas de aligeramiento de peso de los vehículos.
No dejan de ser soluciones distintas para los mismos problemas: mientras que antiguamente no le ponían techo a los coches para obtener mejores prestaciones, hoy los diseñadores se centran más en reducir el peso de los mismos utilizando materiales más ligeros como la fibra de carbono o el aluminio.
El primer automóvil en equipar algo parecido a un techo fue el Benz Victoria de 1892, que incorporaba una capota plegable. Tras ese, varios fabricantes comenzaron también a montar ese tipo de coberturas en sus modelos, aunque lo habitual era que solo tapasen a los pasajeros, dejando al conductor y al copiloto a la intemperie. En el año 1910, Cadillac fue el primer fabricante que instaló un techo rígido.
El volante
Aunque cueste creerlo, los primeros coches no llevaban volante. Inspirándose en los timones de las lanchas, los fabricantes instruían a sus clientes para que guiasen el vehículo moviendo una caña como si estuviesen navegando en una barca. La ausencia de volante tiene mucha más importancia de lo que parece a primera vista: no solo porque dirigir la trayectoria del automóvil se vuelve mucho más complicado, sino porque también influye en la disposición del conductor a la hora de sentarse en el banco corrido que se usaba en la época. Si el piloto era diestro, se solía sentar a la izquierda del manubrio para empuñarlo con la derecha. Eso implicaba que para mejorar la visibilidad circulase por la parte derecha de la calzada. Algo que no entendieron tan bien en Inglaterra, que prefirieron hacerlo por la izquierda como antiguamente hacían los coches de caballos.
El primer coche en el que sustituyeron la caña por el volante fue un Panhard de 4 cv de 1894 pilotado por Alfred Vacheron en la carrera París-Rouen. Para poder circular a gran velocidad, utilizar un volante era mucho más cómodo y seguro (aunque más complejo a nivel mecánico). La idea, secundada rápidamente por otros constructores, seguramente surgiese al observar que en los barcos, a poco grandes que fuesen, se optaba siempre por instalar una rueda de timón, en lugar de la típica caña en popa de las embarcaciones más pequeñas. Hacia 1910 el volante se había convertido en un estándar y todos los fabricantes lo equipaban de serie.
El motor de arranque eléctrico
Para este artículo me voy a centrar nada más que en los vehículos con motor térmico, ya que en los albores del automovilismo, aunque a algunos les parezca raro, los coches eléctricos tenían casi tanto éxito como los de combustión interna. Los automóviles con motor de gasolina eran incómodos y molestos de arrancar porque había que utilizar una manivela que todos habremos visto en las películas de cine mudo. Esa palanca se ajustaba al cigüeñal y se le daba un giro para que el motor arrancase. La pega estaba en la dificultad de la operación y en lo fácil que era hacerse daño: al encenderse el motor, la palanca sufría un retroceso que en algunos casos podía fracturarle un hueso a quien la manipulaba.
La complicación a la hora de arrancar provocó que los coches se convirtiesen en un reducto masculino, que alejaba a las mujeres de la conducción. Pero incluso para los varones se trataba de una actividad molesta y peligrosa. Algo que sabía muy bien el ingeniero Charles Franklin Kettering, fundador de la empresa Delco, que diseñó un motor eléctrico que pudiese arrancar cómodamente el vehículo, sin que peligrase la integridad física del conductor.
El primer vehículo en incorporar este motor de arranque eléctrico fue el Cadillac Touring Edition de 1912. Un automóvil que se anunciaba como el coche que no lleva manivela. Enseguida, el resto de fabricantes comenzaron a montar mecanismos semejantes que convirtieron a la manivela en una reliquia reservada para vehículos “tan avanzados tecnológicamente” como los Lada de la época soviética.
La iluminación eléctrica
La iluminación de los primeros automóviles se basaba en la que tenían los carruajes. Y los coches de caballos tan solo se iluminaban mediante unos rudimentarios faroles o candiles con una mecha empapada en alcohol o petróleo. La luz que emitían, de color anaranjado y débil, se veía expandida por un pequeño reflector. Esa luz podía ser suficiente para la velocidad que alcanzaba los caballos, pero para circular en un vehículo a motor se necesitaba algo más potente.
A finales del siglo XIX se inventó la lámpara de carburo gracias a los generadores de acetileno, que emitían una luz blanca bastante brillante mediante un complejo mecanismo de goteo de agua sobre piedras de carburo. Pero en los años veinte del siglo XX se consiguió el gran avance gracias a los faros con lámparas de incandescencia. La electricidad encendía el filamento de tungsteno de un modo mucho más sencillo que las anteriores lámparas de carburo. Y además, para evitar los deslumbramientos de los conductores que circulaban en sentido contrario, se diseñaron faros con doble filamento para luz de cruce y luz de larga distancia.
El cinturón de seguridad
El gran problema que han tenido siempre los vehículos son los accidentes de tráfico. Tenemos constancia de que la primera fallecida a bordo de un automóvil se produjo en 1869. La víctima se llamaba Mary Ward y viajaba en un coche con motor de vapor conducido por su marido. Al tomar una curva, pese a la poca velocidad con la que circulaban, salió despedida y fue arrollada por la rueda trasera. Pero hasta el año 1899 no se produjo la primera muerte de un conductor a bordo de un automóvil con motor de combustión interna. Se trataba de Edwin Sewell, que conducía su Daimler a más de 40 kilómetros por hora, perdiendo el control del mismo. Al estrellarse, su cuerpo salió proyectado y murió en el acto.
Lo curioso es que hasta los años cuarenta del siglo XX a nadie se le ocurrió que, poniendo un arnés o cinturón de seguridad con el que sujetar a los ocupantes, se podrían evitar numerosas lesiones en caso de accidente. Como ya expliqué en el artículo Siete cosas que quizás no sepas sobre el cinturón de seguridad, fue Volvo la primera en patentar los actuales cinturones de tres puntos en el año 1959.
Si desde su nacimiento los automóviles hubiesen dispuesto de elementos de sujeción similares a los actuales cinturones de seguridad, tal vez se habrían evitado muchos de los treinta millones de fallecimientos a nivel mundial que lleva contabilizados el automóvil desde su invención (una cifra similar al número total de muertos durante la Primera Guerra Mundial).
Efectivamente, parecen elemento tan obvios que cuesta entender el automóvil sin volante, o cinturón pero, la realidad es que en 100 años el aotomóvil ha evolucionado exponencialmente, y lo sigue haciendo, que es lo mejor. Dirección asistida, ABS, suspensión activa, motores eléctricos, turbos…en gran medida, gracias a la competición contamos cada vez con más avances. Hasta dónde se llegará?
Tienes toda la razón, Jano. La evolución del automóvil es exponencial. En los últimos diez años ha evolucionado mucho más que en los cincuenta años precedentes. Es lo normal en todo lo que tenga que ver con la tecnología y el desarrollo humano. Por ejemplo: en los últimos dos siglos el ser humano a avanzado mucho más que en los anteriores veinte. Como decía la zarzuela: “los tiempos avanzan que es una barbaridad”.
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