Las ideas ingeniosas no solo son actuales, pues en los principios de la historia del automóvil también hubo muchos ingenieros que tuvieron que estrujarse el cerebro para poner solución a muchos problemas que hoy ya son inexistentes, pero que antaño complicaban la extensión del automóvil.
A finales del siglo XIX, concretamente en 1899, las ciudades estaban llenas de carros de caballos que se movían de un lado a otro. Pero también empezaban a aparecer los primeros coches con motor de explosión, que tenían que convivir con los caballos. Sin embargo, los vehículos no pasaban precisamente desapercibidos ante los equinos.
Cuando un caballo se encontraba contra un coche podían pasar varias cosas, como que se volviera completamente loco, que se quedara quieto, o que directamente fuera a atacar contra el coche —esto produjo unas 200 muertes en Nueva York en 1900, entre unos y otros—. El escandaloso ruido y olor a gasolina cambiaba completamente el comportamiento de estos animales. Así que a un emprendedor se le ocurrió una gran idea para mitigar este problema, idea que finalmente no fue efectiva ni llegó a ningún sitio.
Lo que proponía Uriah Smith era el Horsey Horseless, un diseño apto para cualquier coche que consistía en poner una cabeza de caballo en el frontal del mismo para “engañar” a los caballos y que pensaran que éstos eran arrastrados por un caballo en vez de un motor de combustión interna. Lo que éste no tuvo en cuenta es que los caballos se dejan guiar antes por su olfato que por su vista ante situaciones de peligro, y el olor a petróleo de los coches era complicado de esconder
Esta cabeza de caballo de madera tan tétrica, que parece salida de El Padrino, tenía intención hasta de ser útil y llevar el depósito de combustible del coche, también quería ser un elemento diferenciador y ornamentístico, para darle un toque de personalidad a cada propietario.
El caballo de verdad se pensaría que se cruzaba contra otro caballo, y después de que pudiera darse cuenta que estaba ante uno de mentira, el coche ya habría pasado, y sería tarde para alterarse y asustarse. Problema resuelto.
El problema llega ante la psicología del caballo —que además de hacer inútil este invento porque se seguirían asustando—, pues son animales que se adaptan muy rápido ante elementos novedosos que no son peligrosos para ellos, como es el caso.
No se llegó a conocer si esto fue más allá de una patente y si se creó o vendió alguna unidad física. Ahora sería curioso ver cómo sale alguna unidad de algún granero antiguo después de tantos años, y que se vendería por millones a coleccionistas.