Siempre ha existido algo que al ser humano le ha obsesionado desde que comenzó a tener uso de conciencia. No estoy hablando del origen del universo, ni de la existencia de Dios, ni de la riqueza, ni siquiera de sexo. Estoy hablando, evidentemente, de su obsesión por establecer y batir récords.
Y es que si abres el Libro Guinness, observarás que hay récords para todos los gustos: la persona más tatuada, la que tiene las uñas de los pies más largas, el morreo en masa más numeroso… El mundo del motor tampoco podía mantenerse al margen, y está repleto de récords sorprendentes. Pero de todos, hay uno que ocupa un especial hueco en mi corazón, aunque no se explicar exactamente por qué. No es el más espectacular, es más, a día de hoy tampoco parece gran cosa, pero a mi juicio si es uno de los más significativos.
En esta industria monopolizada por los motores de combustión, caminamos poco a poco hacía la alternativa eléctrica. Sin embargo, como seguramente que bien sabes, la alternativa eléctrica existe desde hace muchos años, que digo años, desde hace más de un siglo, y en el mundo del coche eléctrico, hubo uno que marcó un verdadero hito. De modo que si me lo permites, te invito a que te subas al DeLorean de Freno Motor y viajar atrás en el tiempo para conocer una historia apasionante.
La historia de una rivalidad
A finales del siglo XIX, los coches eléctricos dominaban el mercado, pero de todos ellos destacó el vehículo creado por un señor llamado Camille Jenatzy, que diseño un coche con un único propósito: superar la inalcanzable barrera de los 100 Km/h. Hasta entonces, la marca estaba situada en los 92,78 Km/ h que el Conde Gaston de Chasseloup-Laubat estableció el 4 de marzo de 1899 en Ivelines, Francia.
Sin embargo, lo que más me gusta de esta historia, es que el verdadero propósito de este hito no fue batir la marca mencionada, sino que en realidad fue el espíritu competitivo. Porque para ganar en la pista, primero había que ganar en el garaje. De modo que nos encontramos con dos competidores que luchaban por crear el primer coche en superar los 100 km/h.
Por un lado teníamos al belga Camille Jenatzy, hijo de Constand Jenatzy, fabricante de neumáticos de caucho. Y por otro, el fabricantes francés Jeantaud, que finalmente, acabó llevándose el gato al agua gracias a su “torpedo rodante”.
La Jamais Contente y su récord de velocidad
Para batir a éste en la tan disputada carrera por alcanzar los 100 Km/h, Jeantzy se sirvió de sus estudios de ingeniería para crear un coche con carrocería de aleación ligera de aluminio, tungsteno y magnesio. Su forma tenía forma de bala (según un sheriff) torpedo (según un militar) o supositorio (según un farmacéutico) con el propósito de hacerlo lo más aerodinámico posible, la cual se vio perjudicada por su alto y vistoso chasis inferior y su alta posición de pilotaje.
El vehículo estaba equipado con 2 motores eléctricos “Postel – Vinay” situados en la parte posterior que rendían una potencia de 67 caballos. Los motores actuaban directamente sobre las ruedas traseras motrices, las cuales equipaban neumáticos Michelín.
El día elegido fue el 29 de abril (según otras fuentes el 1 de mayo) del año 1899, y el lugar Achéres, cerca de París. El propio señor Jenatzy fue el encargado de conducir su vehículo al que bautizó como La Jamais Contente, con el que consiguió alcanzar una velocidad de 105,882 Km/h.
La hazaña ya estaba hecha, y tanto el coche como su conductor se habían ganado su sitio en las páginas de la historia del automovilismo. Pero como no, los hitos están para romperse, y tan solo tres años después, la marca registrada por La Jamais Contente fue batido por León Serpollet, y al año siguiente, en 1903, Jenatzy recuperó su record en la “Gordon Bennet Cup”, en Athy, Irlanda, a los mandos de un Mercedes.
Finalmente, en el año 1913, Camille Jenantzy falleció de una manera estúpida, demostrando que la muerte no entiende de hazañas, méritos o genialidades. Aunque con su muerte si nos dejó un buen consejo; si te vas de cacería con los amiguetes, jamás te escondas detrás de unos arbustos para asustarlos, y más si están armados hasta los dientes. Murió de camino al hospital, montado en un Mercedes, tal y como él mismo había profetizado. La muerte no está exenta de cierta ironía.
Por su parte, todo parecía indicar que el vehículo eléctrico tenía un futuro prometedor. Sin embargo, pronto se vio condenado al olvido por culpa del motor de combustión y, sobre todo, por la fuerte apuesta que por él hizo un tal Henry Ford y su revolucionaria cadena de montaje.
Actualmente, el La Jamais Contente se encuentra expuesto en el museo del automóvil de Compiégne (Francia) y quién sabe, tal vez con el paso de los años, cuando teóricamente la movilidad eléctrica se haya impuesto de forma definitiva a los motores de combustión interna, La Jamais Contente será recordado como el icono que demostró que el coche eléctrico se merecía un futuro mejor del que tuvo.