El nuevo Mazda MX-5 plantea una filosofía radicalmente diferente a la que el resto de fabricantes se refiere en la construcción de coches deportivos. Mientras que la mayoría desarrolla coches juguetones, con chasis correctos y con mucho picante extraído de un pequeño motor turboalimentado, Mazda ha preferido desarrollar un coche con un chasis casi perfecto, donde las sensaciones priman por encima de todo lo demás, y donde el motor queda en un segundo plano.
No destaca por su potencia ni por sus números, sino por lo que transmite cuando lo conduces. Su balance de peso entre ejes 50-50 lo hacen un deportivo tan perfecto para trazar curvas como un Porsche Cayman —salvando las diferencias, claro—. Su mayor punto flaco está en el motor, que como ocurre con el Toyota GT86, no permite sacar todo el potencial a un chasis tan increíblemente bueno.
Mazda ha vuelto a los orígenes, adelgazando esta nueva generación tanto que es tan ligero como la primera generación. Considerando que tecnológicamente es mucho más avanzado que el modelo de 1990, debería de batir a su abuelo en circuito, ¿no? Mazda se ha hecho la misma pregunta, así que los han llevado al Circuito de Calafat, en Cataluña, para dar una vuelta de 3,25 km.
El MK1 es conducido por Jade Paveley (piloto de carreras de resistencia), mientras que el MK4 lo conduce Owen Mildenhall (también piloto de resistencia). El nuevo Mazda MX-5 se queda en la línea de meta parado, dándole una ventaja de 4 segundos al MK1; y aquí es donde se demuestran 25 años de progreso tecnológico. ¿Será capaz de adelantar el nieto al abuelo?