Permíteme que empiece este artículo realizándote un par de cuestiones. ¿Crees que conduces bien?. ¿Y crees que eres un buen conductor?. Seguramente ahora pensarás que me he vuelto loco porque te he realizado dos veces la misma pregunta, pero no. Hay una diferencia abismal entre saber conducir bien y ser un buen conductor. La expresión “conducir bien” está relacionada con nuestra capacidad de control que tengamos de nuestro vehículo, mientras que “ser un buen conductor” está relacionado con el respeto que tengamos hacía las normas de circulación.
Recuerdo que cuando estaba en la autoescuela no tardé más de 5 clases en controlar el coche sin problema alguno; no se me calaba, no frenaba ni aceleraba bruscamente, aparcaba bien… Sin embargo, todavía me quedaba un mundo por aprender para ser un buen conductor, ya que perfectamente podía saltarme un semáforo en rojo o ir en dirección contraria si el profesor no me avisaba previamente de ello.
Ser un buen conductor se adquiere con la práctica y la experiencia. Entonces. ¿Por qué diablos no queremos aprender?. ¿Acaso es que necesitamos aprender más cosas de las que nos enseñan en la autoescuela?. Yo cada vez lo tengo más claro, y pienso que en la autoescuela te enseñan a conducir bien, pero no a ser un buen conductor.
Llegados a este punto, y tras reflexionar mucho sobre ello, he llegado a la conclusión de que si queremos que en nuestras carreteras haya además de gente que conduce bien, buenos conductores, hay tres factores que deben enseñarnos desde mucho antes que vayamos a sacarnos el permiso de conducir y que también deben estar presentes en nuestra cabeza cada vez que nos pongamos tras el volante.
Mejor Educación Vial
Hagamos un poco de retrospectiva. ¿Cuántas veces has visto a un niño hacer una trastada o vandalismo y has pensado “que mal educado está este niño”?. Apuesto a que más de una. Y ahora sigamos recordando. ¿Cuándo fue la última vez que vistes a otra persona haciendo alguna imprudencia, temeridad o animalada al volante?. Seguro que no hace mucho tiempo. Todo empieza por la educación. El hombre sólo puede llegar a ser hombre a través de la educación; sólo es lo que la educación hace de él. Por eso, si desde pequeños no nos inculcan urbanidad (“eso no se hace”), ¿cómo vamos a apreciar de mayores lo que es moral? (“eso no debe hacerse”). Y es que al final cada uno acaba por parecerse a lo que imita. Pues con la Educación Vial pasa lo mismo.
El conducir se ha hecho algo tan cotidiano hoy en día para casi cualquier persona como el ir a beber agua, por eso, es importante concienciarnos de la importancia que tiene poseer una excelente Educación Vial previa. El aprender el código de circulación cuando estudias en la autoescuela para olvidarlo nada más que tienes el permiso de conducir en tus manos no es suficiente. Las visitas de agentes de la autoridad al colegio una vez al año, o un tema sobre Seguridad Vial en la asignatura de Educación para la Ciudadanía dedicado a ello no es suficiente. Las campañas de la DGT, o las iniciativas de cadenas de televisión privada y aseguradoras no son suficientes.
Hay que ir más allá. Somos lo que aprendemos y somos imitadores. Por eso, yo no vería ninguna desfachatez en que la Educación Vial fuera una asignatura obligatoria en los ciclos de Primaria y Secundaria, como por ejemplo lo son las Matemáticas o la Historia. Porque si desde pequeños aprendemos lo que debe o no debe hacerse, de adultos actuaremos consecuentemente.
El dominio de las emociones
Las emociones pueden clasificarse en seis tipologías diferentes: ira, miedo, asco, tristeza, sorpresa y alegría. Evidentemente, nuestra conducta ante una u otra situación estará marcada por la emoción que sintamos en ese momento, y el ir conduciendo es una de estas actividades. Conducir implica el estar continuamente interrelacionado con los demás conductores, peatones, ciclistas, etc. ¿Hasta qué punto pueden las emociones ser determinantes ante estas situaciones cotidianas del tráfico?.
Hace bastante tiempo leí que, según algunos estudios publicados, el número de conductores que poseen la capacidad de aparcar en el garaje sus emociones cuando se sientan tras el volante es realmente bajo; alrededor del 15 %. Y sus consecuencias me hicieron temblar, pues parece ser que conducir bajo un estado de estrés, enfado, o incluso eufórico es equivalente a hacerlo bajo los efectos de ciertas drogas.
Evidentemente, controlar nuestras emociones en el día a día es bastante complicado; sería renunciar a ser humanos, pero tal vez podamos hacer un esfuerzo cuando nos sentamos al volante. Afortunadamente hay técnicas que podemos emplear para contrarrestar dichas emociones. Por ejemplo, si estamos enfadados lo normal es que seamos más bruscos conduciendo, apurando más las marchas, las frenadas y pisando el acelerador más de la cuenta. Para esos casos deberíamos tener a mano algún tipo de canción que nos relaje o alegre cuando la escuchamos, tener las ventanas subidas para que el ruido exterior sea el menor posible, respirar hondo y ser suaves con el motor para que nuestro corazón se contagie de sus bajas revoluciones. O si estamos en un atasco, saber que hagamos lo que hagamos no podemos evitar dicha situación, pensar en positivo y concentrarse en que tarde o temprano saldremos de allí
Como ves, al igual que en muchas parcelas de la vida, las emociones también están presentes cuando conducimos, y a veces pueden jugarnos una mala pasada. Luchar contra ellas es tarea de titanes, pero sabiendo que pueden controlarse, que menos que intentarlo. Seguro que vale la pena, y con la práctica llegaremos a controlarlas automáticamente.
La empatía
A grandes rasgos, la empatía es saber ponerse en la piel de otro, así que si te digo que en este mundo la empatía brilla por su ausencia no te estoy descubriendo nada nuevo, y creo que cuando vamos conduciendo desaparece por completo. Ignoro si será por la sensación de seguridad que tenemos cuando estamos protegidos por esa carrocería de chapa y cristal, pero normalmente cuando nos subimos a nuestro vehículo nos sentimos invencibles. Nadie puede hacernos daño. Todos son nuestros enemigos. Si cuando vamos andando sin querer alguien se tropieza contigo, te pide perdón, y le dices que no se preocupe, ¿por qué si alguien hace algo parecido cuando conduce le pitamos y nos acordamos de todo su árbol genealógico?.
Al contrario que la Educación Vial, la empatía no se aprende ni se imponte, es algo que se puede contagiar de conductor a conductor, y que hay que ir entrenándola día a día hasta que llegue a ser una respuesta mecánica. Seguramente ahora te vienen a la mente un sinfín de situaciones habituales de tráfico que con toda probabilidad no hubieran acabado tan mal si no llega a ser por culpa de la mala cabeza de los conductores.
Termino así convencido de que si todos fuéramos más empáticos a la hora de conducir, seguramente el número de accidentes de tráfico se reduciría notablemente. Lástima que esta sea una labor que tengamos que realizar entre todos, y lamentablemente nunca somos conscientes del poco poder que tenemos individualmente y del enorme poder que tenemos como colectividad. Con cada señalización luminosa que respetes, con cada paso de peatón en el que te detienes, o con cada intermitente que enciendes, estás realizando un acto de concienciación, así que imagina lo que te estás perdiendo para desarrollar tu conciencia cada vez que realizas un trayecto.
En conclusión, como he dicho al principio de este artículo, el conducir y el relacionarnos con otros conductores es algo habitual de nuestro día a día, y en nuestras manos está en que la carretera sea un lugar más placentero si todos ponemos de nuestra parte. Espero que este artículo te haya hecho reflexionar sobre ello y que la próxima vez que sientes en tu coche, no sólo disfrutes conduciendo, sino que con tu buena actitud también contagies a los demás.