Sinceramente, he estado meditando mucho sobre si este blog es el medio más adecuado para compartir las reflexiones que han estado rondando por mi cabeza últimamente. Porque de lo que te quiero hablar no tiene nada que ver con últimos modelos presentados por los fabricantes, ni con deportivos de cientos de caballos, ni tan siquiera con alguna que otra noticia polémica o curiosa que en pocas horas se vuelve tema viral en Internet.
No, nada de eso. Aunque este no sea un blog de filosofía, te propongo una reflexión que te hará cambiar tu punto de vista a la hora de ponerte a los mandos de un vehículo. Un antes y un después que te desvelarán la importancia de la suerte y el valor moral de cualquier acto que realizas conduciendo, y que te descubrirán que puedes ser un conductor condenable aunque no te hayan puesto ninguna multa.
Aunque ya os hablé muy someramente sobre este tema en una ocasión anterior, no he podido dejar de seguir meditando sobre este asunto, lo cual me ha llevado a nuevas e interesantes conclusiones. De modo que, a pesar de resultar algo repetitivo en ciertos aspectos, quisiera compartir dichas reflexiones con vosotros, e invitaros a que aportéis vuestra opinión.
La historia de Daniel y Carlos
Para poder explicar de forma más sencilla el propósito de este artículo, creo que lo mejor es hacer una introducción con esta pequeña historia ficticia:
“Dos amigos, Daniel y Carlos, pasan la tarde juntos en el bar. Hacía siglos que estos dos grandes amigos de la infancia no se veían desde que Daniel se casó y se fue a vivir a otra ciudad, por lo que tenían mucho que contarse mutuamente.
El intercambio de historias, anécdotas y algún que otro recuerdo transcurría alegremente entre pintas de fresca cerveza y alguna que otra copa. El tiempo pasa volando y es hora de cerrar el bar, así que ambos amigos se dirigen tambaleándose hacía sus respectivos coches para ir a casa.
Daniel llega a casa sin problemas, se desploma en la cama, le da un beso a su mujer, duerme plácidamente y se levanta al día siguiente con una ligera resaca, pero con el bonito recuerdo imborrable de la agradable velada de ayer.
Carlos, por su parte, regresaba a su casa relajadamente hasta que, de pronto, se le cruza en el camino un joven que atraviesa la calle frente a él. Carlos no lo ve y el joven muere al instante. A Carlos lo meten en la celda de una comisaría y al día siguiente se levanta con una ligera resaca y la certeza de que va a pasar una larga temporada a la sombra”.
¿Cómo debemos interpretar el comportamiento de Daniel y Carlos? Naturalmente, la ley establece que el comportamiento de Carlos es mucho más culpable, ya que ha muerto un chico. En cambio, si a Daniel le hubieran pillado en un control de alcoholemia le habría caído una multa y la pérdida de algún punto de carnet, mientras que a Carlos le caerá, con casi toda seguridad, una sentencia de prisión bastante larga.
El factor suerte a la hora de conducir
Como ves, la única diferencia entre los dos conductores en este caso (el joven en medio de la calle) ha sido la suerte. Los dos conductores actuaron de forma irresponsable, y uno de ellos tuvo, simplemente, mala suerte. De modo que la suerte es el único factor que parece explicar tanto la sanción legal como la certeza moral de que el comportamiento de Carlos es malo.
Ignoro si te ocurre lo mismo, pero a mí pensar en ello me hace temblar, porque la suerte, algo sobre lo que no tenemos ningún control a la hora de actuar, es la que marca la diferencia.
¿Qué hacemos entonces? ¿Deberíamos cambiar nuestro sistema de circulación para que casos como los de Daniel sean juzgados con la misma severidad que la de Carlos y evitar así posibles desgracias? ¿O deberíamos ser más indulgentes al juzgar a Carlos, puesto que no estaba haciendo nada peor que muchas otras personas y, simplemente, tuvo mala suerte?
Si optamos por la primera opción, sobre el papel corremos el riesgo de convertir nuestro sistema judicial en uno similar al de la película “Minority Report”, en donde los delincuentes son detenidos antes de cometer su crimen. ¿Aseguraría eso una reducción de víctimas mortales considerables? ¿Podría considerarse prevención? ¿O por el contrario estaríamos condenando a quien no ha realizado nada malo?
Y si optamos por la segunda opción. ¿No estaríamos dejando exclusivamente en manos de la diosa fortuna la moralidad de nuestras acciones? En otras palabras. ¿La fortuna favorece el bien?
El importante valor de la moralidad cuando conducimos
Independientemente de la opinión que tengas al respecto, creo que hay un factor determinante en todo ello, y es la importancia de nuestro valor moral a la hora de conducir.
El problema reside en que la mayoría nos equivocamos con el verdadero sentido de la moral. Pensamos que su función es la de castigar, reprimir o condenar: una acción es moralmente condenable tras haber causado daño. No hay nada más falso. Para eso ya está la policía, los tribunales y las cárceles.
La moral comienza allí donde ninguna represión es eficaz y donde ninguna condena exterior es necesaria. Obrar moralmente es tomar en consideración los intereses del otro sin esperar recompensa o castigo, y sin necesitar para ello más mirada que la propia.
¿Quieres saber si tal o cual acción es moral o inmoral? Pregúntate qué ocurriría si todos se comportaran como tú. Pregúntate qué pasaría si todos se saltaran los pasos de peatones, si todos no dudaran en conducir drogados y/o borrachos, si todos fueran a más de 160 km/h en una autovía, o si todos aceleraran cuando ven a un coche que quiere incorporarse…
Conclusión
Por muy escépticos que seamos, no podemos negar que la suerte está ahí. Nos rodea, a veces es fruto del trabajo previo y el esfuerzo, y otras, sencillamente, aparece.
A la hora de conducir existen numerosos factores que pueden provocar que tengamos un accidente sin tener la más mínima culpa de lo sucedido. Nadie está libre de ello, aunque conduzcas siempre respetando las normas. ¿Por qué tentar entonces a la mala suerte?
Es simplemente cuestión de probabilidades, o como suele decir el refrán, “quien juega con fuego acaba quemándose”. Y ahí es donde entra en juego la moralidad.
No cometamos pues, el error de dejar en manos de la suerte la moralidad de nuestras acciones, porque con ello estaríamos dejando en manos de la diosa fortuna el poder estar, o no, preguntándonos durante el resto de nuestras miserables vidas por qué demonios tuvimos que coger el coche ese día.
Yo, por si acaso, voy a buscarme un amuleto para ponerlo en mi coche. Y de paso, os deseo a todos buena suerte al volante.